La constitución de los estados modernos es compleja. Ésta se asienta tanto en las modalidades específicas de articulación de un proyecto emancipatorio resumido en las consignas de libertad, igualdad y fraternidad como en las instituciones que posibilitan la explotación socioeconómica y la separación entre dirigentes y dirigidos. Uno de los aspectos que tornó plausible la articulación de estas matrices en tensión fue la institución de la ciudadanía. Los ciclos de acción colectiva, frecuentemente, anteceden los procesos de democratización, evidenciando la matriz sociocéntrica de los mismos; sin embargo la particular forma de institución de los mismos expresa modos diversos de instauración. En ciertos momentos históricos estos procesos fueron ampliando y profundizando –no sin contradicciones- algunos aspectos de la promesa emancipatoria de la modernidad. Las conquistas de derechos sociales plasmaron elementos igualatorios que, con todo, sólo cristalizaron aspectos que no se contrapusieran a la matriz capitalista que coconstituye las sociedades modernas. El estatuto del trabajo como un valor social y del trabajador como una clase social con derechos específicos fue una construcción sólida para mediados del siglo XX.