La realidad que contempla el epicúreo es necesariamente fragmentada porque el que conoce a través de los sentidos no puede dirigirse o encontrar lo universal, sino lo individual. Entonces esta realidad no tiene fundamentos o divinidad. En una realidad única, que se vive como algo unitario, en cambio, la divinidad representa la aspiración de verdad y unidad del hombre. Las leyes del Hado quedan suplantadas en Lucrecio por las leyes naturales, dando cabida a la declinación, base de la libertad humana. Lucrecio sin embargo, no se opone a la idea de los dioses como imágenes prestigiosas, sino contra las falsas inferencias que ligan esta idea al curso de nuestra vida, a nuestro destino o a los fenómenos meteorológicos o de otro tipo, suscitando en nosotros el terror. La actitud piadosa de Lucrecio se desplaza indudablemente a la visión de la naturaleza lo cual cambia radicalmente la concepción del mundo.