Las primeras décadas del siglo XX (y particularmente el Centenario de la Revolución de Mayo de 1810) constituyeron un periodo de balance y de inventario de las regiones y las poblaciones que componían la nueva Nación Argentina. Fue cuando la oligarquía salteña se puso frente al espejo de esa “comunidad imaginada” (Anderson, 2005), y descubrió detrás del mismo que sus atributos culturales, económicos y hasta fisonómicos, no eran coincidentes del todo con los postulados por los positivistas y liberales que estaban imaginando el país desde el Río de la Plata. Las clasificaciones sociales que se han hecho hegemónicas en la región fueron construidas en esa época, mirando hacia el puerto. Para la oligarquía provincial, que había logrado monopolizar los principales factores de poder social, los “otros” (las mayorías populares) fueron clasificados en función del grado de similitud o diferencia con los atributos con que ella pretendía presentarse ante las otras oligarquías del país, principalmente la portuaria. Sus propios rasgos no podían más que presentarse negando muchos de los atributos que ese grupo social había compartido con el mundo andino desde la colonia. La categoría coya nos da la clave entonces para entender cómo el centro y los anchos bordes de la salteñidad se constituyeron mutuamente.