La actividad desarrollada por los actores posee una especificidad que la diferencia de cualquier otro desempeño. La necesidad constante de obtener el favor del público se halla en la base de una serie de derivaciones que van desde la inestabilidad laboral crónica hasta la generación de jerarquías (cuyo punto máximo es la figura del actor-empresario), que intervenciones externas (institucionales, estatales, comunitarias, etc.) débilmente pueden paliar. Este aspecto es un factor determinante para la constitución de una identidad colectiva, en la que los actores se reconozcan como parte del mundo del trabajo para eventualmente emprender prácticas sindicales y organizativas acordes con la singularidad de su tarea. Este trabajo se propone plantear algunas reflexiones iniciales sobre la compleja construcción de la identidad laboral actoral en nuestro país. Consideramos que es en la primera mitad del siglo XX cuando se conforman los lineamientos generales de esta problemática. Nos proponemos analizar el período en base a las identidades que se hallan en pugna (la de trabajadores, por un lado, y la de militantes de la cultura o de la emancipación política, por otro), los vínculos establecidos u obturados con otros trabajadores, y la contradictoria relación con las políticas estatales y con los sectores que detentan los medios de producción en el mundo de la cultura.