Desde fines del siglo XIX la Policía tuvo la iniciativa de regentear los establecimientos correccionales de menores e, incluso, fantaseó con la idea de fundar y sostener sus propios reformatorios. En 1899 la Jefatura alentaba en las páginas de su Revista la creación de “una casa de corrección” para menores que oficiara, a la vez, de escuela de primeras letras, de artes y oficios, en la cual serían “alojados, mantenidos y educados todos los niños púberes y adolescentes que se recogieran en la Capital por carecer de padres o guardadores”, así como “aquellos que por su mala conducta y perversa inclinación no pudieran ser dominados y sujetos por sus propios padres y estos solicitaran su reclusión por un tiempo determinado”. En esa oportunidad, al redactor policial le hacía ilusión fundar la escuela de oficios en los talleres que ya funcionaban en la repartición: imprenta y encuadernación, talabartería, herrería, carpintería y sastrería eran actividades ya organizadas que los niños podrían aprender sin erosionar demasiado el erario público.