En el marco de las prácticas para la cátedra de Didáctica de la lengua y la literatura II de la UNLP, hemos realizado un proyecto que se enmarcaba en los límites del género fantástico, ya que a un grupo de un 2º año de secundaria le costaba mucho la división en géneros literarios planteada en el libro de texto con el que se trabajaba en el colegio.
Consideramos necesario presentar el fantástico no solo como el género que, según Todorov (1981), está determinado por “el momento de una vacilación”, sino también como esa modalidad estética que presenta una ruptura en un determinado contexto, teniendo en cuenta la teoría de Rosemary Jackson (1986). Ambas perspectivas teóricas eran una alternativa diferente a lo impuesto por el libro de texto que plantea: “veremos al fantástico como el quiebre de un realismo sólidamente construido que, luego se devasta”.
Para transitar esta apertura de perspectivas, seleccionamos un corpus que abarca diferentes productos culturales, en el cual incluimos “Las estatuas”, un cuento breve de Anderson Imbert (1989), que tenía como protagonista a una de las dos estatuas que se encontraban en un colegio, y que era la que generaba el quiebre con el realismo anteriormente configurado. Creímos conveniente realizar antes un trabajo de producción que consistió en entregarle a cada chico la imagen de una estatua (todas eran de lo más diversas). A continuación, analizaremos un caso que nos pareció muy significativo, no tanto por la producción textual, sino por el problema que se le planteó a una alumna, que ni bien recibió la imagen de su estatua, nos preguntó si no la podía cambiar. Se le respondió que no, porque cada imagen había sido personalizada, y además, se le consultó cuál era el problema. La estatua representaba a una mujer romana que llevaba en sus brazos una canasta. Dijo que no podía escribir así porque no se le ocurría nada, que le hubiese resultado mucho más fácil si la estatua hubiese sido de un hombre, porque un hombre podía ir a la guerra, pero una mujer no podía hacer nada. Emparentamos este hecho a otros, como las redacciones de las chicas en donde el narrador la mayoría de las veces es un hombre (y que no sucede al revés) y creemos que todo sería consecuencia de lo mismo:
solo los hombres son los personajes activos, los que pueden batallar por sus ideales; las mujeres, no parecerían dignas de protagonismo. Aquí podríamos reencontrar a Disney y su inclusión no inocente en la currícula de primaria.
Así, a partir de esta imposibilidad, pudimos observar un colectivo imaginario sobre determinaciones del género de la literatura infantil y de representaciones socio-culturales cotidianas, acerca del valor de la mujer en la sociedad y el rol de los hombres, en un mundo donde solo hay cosas buenas y cosas malas. En este sentido, nos proponemos intervenir didácticamente para dar a leer otros textos, proponer otras articulaciones entre lecturas y producciones ficcionales para ampliar sus trayectorias de lecturas y reconocer otros modos posibles de apreciar la literatura.