La Francia revolucionaria ha marcado una situación paradigmática. Desde que el pueblo ganó la Bastilla y las calles, los Estados Generales fueron la cocina de las grandes ideas que funcionaron de medida para todas las constituciones dictadas en dicho país, con sus defensores y sus detractores.
Así surge una figura excluyente: Maximilien Robespierre. Su voz jacobina causará mucho ruido en todas las discusiones y asambleas producidas desde el estallido de 1789 hasta su muerte. No obstante, este personaje más que nadie se veía inmerso en una sólida tradición política, y la defensa de supostura dejará para la posteridad una buena cantidad de ideas susceptibles de ser retomadas y analizadas bajo el ala de cualquier régimen político.