Por vez primera debo exponer las relaciones entre el derecho penal y la filosofía ante quienes no se interesan especialmente por el derecho penal, sino, justamente, ante quienes son filósofos. No me resulta sencillo colocarme en el lugar del otro y ponerme a responder la pregunta consabida: ¿Qué hacen los penalistas con nuestro saber? Con las limitaciones del caso, intentaré explicar algunas cosas, sólo para proporcionar una idea muy general. La primera dificultad es el prejuicio intelectual del encasillamiento, que hace que todo lo referido a la represión punitiva se le pregunte al penalista, presuponiendo que el penalista domina la cuestión criminal. Esto es falso, porque el penalista puro sabe muy poco o casi nada acerca de la cuestión criminal.