Existe una cierta paradoja en la posibilidad propiamente humana de vivir experiencias extremas husmeando lo inaccesible o lo sobrenatural. Esta se revela cuando aquel deseo o curiosidad de bordear lo absolutamente desconocido, se confronta, en la experiencia extrema misma, con la voluntad suprema de aferrarse a la vida y de evitar, a fin de cuentas, la última de las horas. Y es que en esto, el común apego a la vida que lleva a atender de modo extraordinario a la inminente muerte y a retroceder ante ella, conlleva simultáneamente una suerte de renuncia al conocimiento de esos límites de la experiencia humana.