Para comenzar, una aparente digresión: el turista que viaja por primera vez a una ciudad mitificada en el deseo, al llegar la recorre premunido de recomendaciones y consejos sobre lugares que sí o sí debe ver por su fama, su importancia artística, histórica o cultural. Pero cuando vuelve a ella por segunda o tercera vez lo hace ya más libre y sin obligaciones, vuelve a los rincones que lo fascinaron y que se revistieron de significado personal en la memoria emotiva, como quien se reencuentra con un familiar o un viejo amigo a quien hace mucho no ve y encuentra placer en ello. Algo de esto ocurre con Verás el cielo abierto, de Manuel Vicent, aparecida en 2005, suerte de nueva visita a un pasado ya recorrido antes, en la última década del siglo XX, en esa trilogía conformada por Contra Paraíso de 1993, Tranvía a la Malvarrosa de 1994 y Jardín de Villa Valeria de 1996. En esas tres novelas autoficcionales la niñez, la juventud y la madurez del autor proveen la materia para que un narrador en primera persona construya un relato de experiencias que lo formaron y que lo sostienen en el presente, desde el cual narra las épocas de su vida mencionadas.