Esa “obra de confraternidad hispánica”, fraguada por una República Española que había abandonado sus pretensiones de ser Madre, hacía que por primera vez desde la Independencia, quizá, y en una época sombría –esa década “infame” que lo fue no solo en Argentina–, las repúblicas hispanoamericanas y sus intelectuales más progresistas miraran hacia España, y se inspiraran incluso en sus reformas agrarias y educativas, y en sus intentos de restar poderes a la Iglesia y al Ejército. Y si pensamos en ese cambio de mirada, ¿cómo no recordar el impacto que tuvo en Buenos Aires, en 1933 y 1934, Federico García Lorca, que nada se parecía a esos intelectuales solemnes y academicistas que solían llegar de la península? Lorca era aire fresco y, para escritores, lectores y espectadores rioplatenses era como si encarnara con su energía creadora el espíritu de la joven República Española. Ahora bien, ante la viva amenaza a esa nueva España “amplia y abierta”, no sorprende la intensidad de las pasiones que incitaría, a partir del 18 de julio de 1936, la guerra civil, más aún, por supuesto, después de la confirmación, a mediados de septiembre, de la noticia del fusilamiento en Granada de Lorca.