La imagen de la Virgen como “Madre del Pan de Vida” y “Mesa mística”, sobre la cual es ofrecido el santo “Pan del Cielo”, aparece ya en escritos patrísticos y del período bizantino (San Andrés de Creta, San Juan Damasceno, San Germán de Constantinopla, San Tarasio de Constantinopla, San José el Himnógrafo, San Gregorio de Nicomedia, entre muchos otros). La himnodia medieval del Occidente europeo también desarrolla abundantemente estos tópicos del alimento, con ejemplos destacados en las ricas sequentiae victorinas del siglo XII (los célebres poemas de Adán de Saint-Victor y otros afines), que recorrieron los monasterios e iglesias de su época. Durante los siglos XIII y XIV, en la poesía mariana en romance, las imágenes de alimentos, consumidos o almacenados, así como las alusiones a sabores y aromas, están teñidas de matices amatorios (provenientes, en su primer origen, del libro bíblico del Cantar de los Cantares). La Virgen María es presentada no solo como la dadora del alimento celestial, sino como alimento mismo (mel dulcoris, oliva, almendra), o almacén de especias (apotheca specierum, aromatum cella), huerto o jardín de delicias (hortus deliciarum) lleno de frutos, flores y bálsamos (flos odoris). Por un lado, en los relatos miraculares en verso, como los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo y las Cantigas de Santa Maria de Alfonso X, y, por otro, en diversas manifestaciones líricas como la elaborada poesía himnódica del franciscano fray Juan Gil de Zamora y del Códice de Las Huelgas burgalés, tales imágenes y tópicos se han de estudiar en una perspectiva comparada, teniendo en cuenta sus posibles profundidades teológicas y mariológicas.