En el actual escenario de la sociedad posmoderna, se vuelve imprescindible una redefinición de las estrategias educativas que apunten al desarrollo de nuevas competencias para la acción y el relacionamiento a partir de la construcción colectiva del conocimiento. En esto radica la importancia de comprender a la comunicación y la educación como estrategias de aprendizaje significativo (Ausubel, 1963), que utilizadas correctamente, se convierten en motores para el cambio social y la disrupción del modelo cuasi obsoleto del sistema educativo actual.
Por esta razón, a partir de la aplicación de la teoría de la complejidad y de una lectura crítica de los procesos históricos y sociales, la educación tiene la oportunidad de aprender de la crisis, de aprovechar el cambio para sensibilizar, divulgar y apuntar a la integración de los estudiantes en su contexto desde la creatividad; la explotación de los recursos tecnológicos disponibles; la formulación de "preguntas legítimas" y el debate reflexivo. Para enriquecer este proceso, es importante abordar los contenidos por medio del diálogo disciplinar generando una visión más completa e integradora (Mayer, 1998). La teoría de la complejidad aplicada a la educación y a la comunicación se configura de este modo como un sistema modelizante para la acción transformadora de cada individuo y del mundo en el que habita.