Los convulsionados años de la Restauración vieron como surcaban el territorio francés tradiciones de variada proveniencia, maduración y horizontes políticos. Frente al legado palpable de la Gran Revolución y los ostensibles efectos de las transformaciones económicas, técnicas y sociales que trae la industrialización, múltiples figuras teóricas se dieron lugar, para bosquejar un diagnóstico y diseñar un programa de respuestas. Las perspectivas clericales que bregan por el retorno del viejo orden dispondrán de distintos nombres propios para apuntalar la vapuleada institución eclesiástica. Desde de Maistre, de Bonald hasta La Mennais, el asedio al ideario revolucionario y la salvaguarda de los principios fundamentales del catolicismo identificará un sendero prolífico teóricamente pero endeble en su capacidad de proyección política. Los desarrollos tardíos de Saint-Simon y los caminos de sus epígonos parecen abroquelarse sobre un diagnóstico amparado en la ciencia, y cobijado por los desarrollos materiales de la industrie. Con ellos muchas veces, y en otras, a prudencial distancia, las filas del liberalismo también harán oír su voz con madame de Staël y Benjamín Constant, repensando en distintos registros el problema de la libertad (la de los antiguos y la de los modernos, distinguirá este último) y las condiciones de posibilidad para una nueva república.
Entre todo ello, de forma paulatina, el romanticismo atravesará en diversas expresiones los distintos quehaceres del arte, la cultura en general, y claro está, también la política. En ese abigarrado manto de preocupaciones donde se advierten solapos teóricos, contrapuntos ideológicos e intereses en pugna, se ubicará la naciente producción de Pierre Leroux, con un trayecto vital rico en matices y en iniciativas políticas.