La representación del niño como sujeto genuino de destinación del arte ha tenido escasa presencia a lo largo de la historia moderna. Por el contrario, la imagen de la infancia ha estado largamente asociada a una concepción del niño como sujeto débil, incompleto, carente de muchas competencias y privado también de la capacidad de vivir una auténtica experiencia artística. Jorge Larrosa (2000) sostiene que la infancia es “algo que nuestros saberes, nuestras prácticas y nuestras instituciones ya han capturado”, que podemos explicar, nombrar e intervenir sobre ella.