Durante los años sesenta y setenta la literatura infantil en Argentina asumió un cambio con respecto a la literatura destinada a los niños, hasta ese momento de tono tradicional y moralista, a partir de la influencia de la obra de María Elena Walsh. El absurdo como estrategia transgresora del lenguaje, el disparate como recurso humorístico y la musicalidad de las palabras como prioridad de su poética iniciaron un camino que no sólo modificó la forma de relacionarse con los chicos, sino también dejó profundas huellas dentro del campo literario infantil, que determinaron las características del mundo simbólico de ahí en adelante.