Si bien Occidente ha superado el cartesianismo a nivel de la academia, no ocurre lo mismo con el sentido común popular: el sujeto se suele identificar irreflexivamente con la facultad de aprehender racionalmente al mundo desde la conciencia, y el cuerpo es entendido como un objeto subalterno a ella. El teatro occidental hasta comienzos del siglo XX no escapaba a esa lógica: el texto era la esencia, la puesta en escena debía subordinarse a él. Las vanguardias occidentales que buscaron descentrar el texto y volver al cuerpo se toparon pronto con la gravedad, y para encontrar cuerpos gravitados debieron salir a buscarlos en otras culturas: África, Japón, Bali, la India. Las vanguardias del teatro argentino han seguido a Europa en ese itinerario, una aparente paradoja que confirma nuestra colonialidad: nuestras clases occidentalizadas, desgravitadas por el proceso colonial, buscan regravitarse siguiendo el camino del colonizador y en vez de buscar las raíces propias trata de injertarse en unas doblemente exóticas, pues ya están pasadas por el tamiz de la mirada occidental. En este trabajo reflexionamos sobre la necesidad de nutrir nuestro teatro de la corporalidad propia de nuestra América, rescatándola del olvido y del inconsciente, así como la necesidad de que ese teatro sea popular y masivo más que propiedad de una ellite intelectual, para que sea una herramienta subjetivante y emancipatoria.