Ante la incertidumbre de grandes explicaciones políticas, un grupo de opiniones, distintas corrientes teóricas de pensamiento con cierto auge en ese entonces, encontraron una fuerte veta discursiva para dar por finalizado el turno de las conspiraciones de la historia.
Una subjetividad sustentada en la coronación del individualismo como método de sostén, y como única estrategia de repliegue ante el advenimiento o de un otro peligroso o del vacío mismo.
La década de los 90 vio nacer por estas latitudes experiencias muy ricas en volumen social, no tanto en cuanto lógica política y quizás, menos orgánica, en cuanto programa o elaboración de marco político propio como herramientas de vertebración y ordenamiento. En verdad es ilógico pensar que “comer” fuera un eje programático de acción política para aquellos que se transformarían en actores luego.
Como toda experiencia que en si mismo se ordenan tras una cotidianeidad, lo que era lógico de suceder en una experiencia que nace y se sostiene en si misma, es que los parámetros de acción se desdibujen, y la frontera de la acción política, invisibilizada en la retórica reivindicativa, empieza a facilitar y a pedir nuevos escenario de despliegue, nuevos rubros donde satisfacer un programa desordenado pero evidente, de cuestiones elementales. No solo es alimento. El territorio comienza a expresarse como tal y el contenido es precisamente la capacidad de respuesta ante la emergencia.
El concepto territorial va a encuadrarse en la coyuntura histórica como elemento afirmativo, incluso sostén instituyente, que va a cumplir la función de darle cuerpo al peso específico propio de distintas organizaciones sociales. Lo que nace sin un plan claro de avance ordenado, es el antecedente indispensable para la experiencia política posterior.
En este momento de la Argentina, no existía ninguna organización de estas características que se pronunciara abiertamente oficialista del gobierno de turno. Son momentos donde las grandes adscripciones se desdibujan, sobre todo en un escenario de retroceso material para aquellos que podrían enarbolar alguna bandera partidaria como cadena de transmisión hacia una práctica territorial basada en la construcción política con eje en alguna dimensión cualitativa distinta o además de lo electoral.
Ante un estado que no construía más que argumentaciones represivas, literales y semánticas, el crecimiento de estas organizaciones fue notable en términos del volumen social que implicaba la representación directa que significa la acción callejera en todas sus formas. Y ante el ininterrumpido deterioro de las condiciones de vida, las organizaciones crecieron en cantidad de manera exponencial.
Fue muchísimo menor el crecimiento cualitativo. Y eso quedó en evidencia con el fin de ciclo formal de los 90.