Como señala Cristina Dos Santos, histórica e ideológicamente, y como un nuevo significado a partir de la sociedad burguesa, el cuidado directo con las personas en la familia y en la sociedad fue asociado como un atributo de capacidad relacional propio de la femineidad, subsumiendo a la mujer a las exigencias de reproducción del capital para la producción de valores de uso. Así mediatizada por la actividad del cuidado y la maternidad, se reproduce en el ámbito interno de la casa, en el espacio privado, en la jerarquía entre la esfera pública y privada y en la desigualdad sexual entre hombres y mujeres, anclada en la valorización del espacio público y de sujeto identificado con esa esfera, el hombre, en detrimento la subsumisión del espacio privado a la mujer. La mujer se vincula a la esfera doméstica, privada. Los servicios que presta, “invisibles” socialmente, se convierten en “acto de amor” y son realizados de forma aislada en el hogar y para la familia. A la mujer se le atribuyen entonces funciones de articuladora de la cohesión de la unidad familiar, de administradora y organización y consumo doméstico, de educadora y prestadora de cuidados para la familia.