La preocupación por la calidad de la educación es uno de los signos de los tiempos actuales. Sin embargo, es muy difícil definir satisfactoriamente la palabra “calidad” cuando se refiere al campo educativo. Nos encontramos con que puede definirse a partir de diversas y encontradas perspectivas conceptuales y dimensiones analíticas. Hablar de calidad de la educación es un desafío permanente porque las significaciones no son neutras ni aluden a esencias, son productivas, hacen cosas, son, además y fundamentalmente, productoras del mundo. Múltiples significaciones acerca de la calidad de la educación son objeto de disputa en el marco de un entorno histórico, social e intelectual donde se arraigan y expresan en forma diversa. Si bien es real que probablemente no hallemos una definición de calidad de la educación que sea plenamente satisfactoria para todos -quizá sea por ello muy común en los discursos educativos la referencia a dicho concepto sin definir ni operacionalizar su significado- es importante anclar el concepto de calidad en algunos pilares básicos. En este sentido, se identifican fundamentalmente dos enfoques antagónicos: mientras que para el primero la calidad se da de bruces con la inclusión, enfatiza la formación de competencias para la “competitividad” y promueve la meritocracia como principio rector, para el segundo enfoque son pilares defendibles, entre otros, las oportunidades educativas de acuerdo con las peculiaridades de los alumnos, los apoyos complementarios para los más desfavorecidos, la democratización de la educación, o la emancipación social y personal.
Asistimos a un contexto signado por el retorno del paradigma político-pedagógico neoliberal y el avance del sentido común de la “derecha pedagógica”. Resulta de suma importancia dar la batalla por el sentido del concepto de calidad de la educación, consideramos como supuesto que el concepto se vuelve relevante para entender procesos político-pedagógicos en marcha, enfatizando la observancia del peso que sobre éstos tienen los fenómenos de creación y transmisión de conceptos, enfoques y valores. Como sostiene Jason Beech (2004), los encargados de poner en acto las políticas educativas solo pueden pensar en las posibilidades de respuesta e interpretación dentro del lenguaje, los conceptos y el vocabulario que provee el discurso educativo.