En los últimos años, se ha presentado un interés en analizar los procesos de segregación residencial socioeconómica (SRS) en las ciudades latinoamericanas (Solis y Puga, 2011; Ariza y Solís, 2009; Sabatini, 2003). Dicho interés se apoya en la hipótesis de que las consecuencias negativas de las privaciones socioeconómicas aumentan cuando las personas se encuentran en una doble situación de desventaja: sufren de carencias en el hogar y residen en áreas en donde hay una alta concentración de población con similares condiciones socioeconómicas. Es así como, debido a las formas de distribución socioespacial podemos hablar de „efectos vecindario‟ que derivan de la concentración de los hogares en zonas residenciales con desventajas socioeconómicas (Solis y Puga, 2011).
A partir de los estudios realizados sobre este tema (Kaztman, 2001; Rodríguez y Arriagada, 2004; Svampa, 2002), podemos tomar como hipótesis principal la idea de que las zonas de residencia en general y la socialización territorial en particular, condicionan (cuantitativa y cualitativamente) oportunidades a lo largo de la vida de las personas. En este sentido, consideramos que las oportunidades que brinda un territorio (en tanto recursos, servicios, espacios de sociabilidad, redes sociales, etc.) reflejan y posibilitan trayectorias de vida y patrones de movilidad. Por otra parte, las oportunidades que son brindadas a las personas no siempre son las mismas a lo largo de la historia. Éstas varían según las lógicas que estructuran a la sociedad (política, económica y socialmente) y con ellas, las que modifican las representaciones sobre los diferentes territorios. Es por ello que tenemos la hipótesis que los diversos modelos de acumulación económica modelan las oportunidades que la estructura brinda, según distintas lógicas y delimitan las representaciones que se tienen sobre el territorio y todo esto impacta en las distintas clases sociales.
(Párrafo extraído a modo de resumen)