Uno de los mayores problemas que tenemos los educadores es que al ingresar en el aula tenemos que inventar un mundo. Todo aquello que queremos enseñar no se encuentra allí con nosotros… Ni el teorema de Pitágoras, ni el Coliseo Romano, ni Plutón, ni los Hermanos Lumiere están presentes en el aula. Tampoco nuestros estudiantes nos requieren con urgencia conocer esos aspectos del mundo porque tienen en ese momento un problema que necesita esos saberes para ser resuelto. Pero nosotros queremos enseñar eso que nadie parece necesitar, eso que no está presente, eso que nadie nos pide que le enseñemos.
El mayor problema, aquello que tantas veces hace que lo que enseñamos carezca de sentido para el que tiene que aprenderlo, es que el mundo real en el que las cosas pasan de verdad, está afuera del aula. Y eso es algo que no podemos evitar.
Necesariamente la enseñanza, entonces, es un problema de representación. ¿Cómo hacer para dotar de sentido a esas representaciones? ¿Y si lo que queremos enseñar pertenece al campo de las artes? Las representaciones ahora se potencian y se amplifican con nuevas metáforas en busca de sentido.