El concepto de ayllu, de comunidad, unidad sociológica y territorial mínima y, a su vez, máxima para los aymara-q’echuas, constituye un principio fundante del trabajo musical de Cergio Prudencio y la OEIN. La idea de lo que nosotros denominamos música, para la cultura aymara-q’echua implica, sí o sí, un hacer comunitario. Arca-ira son dos panes de sikus, que se traducen como el que sigue y el que guía, respectivamente, y nos hablan de un par recíproco, según el concepto de ayni. Son complementarios y, entre sí, construyen una melodía que solos no podrían hacer sonar. La música entonces es, eminentemente, social; sus instrumentos reflejan esta idea y la idea se ve reflejada, a su vez, en este principio organológico. No se puede concebir la música desde la individualidad. Para hacer música se necesita de un otro. Este principio observable -y audible-, primeramente, en los sikus organiza, también, el trabajo musical de las otras familias instrumentales y de la orquesta en sí. El mismo concepto de ayllu que estructura, entonces, a las comunidades en ayllu-valle y ayllu-montaña y denomina, a su vez, al ayllu mayor que las aglutina, es, además, fundamental para los grupos instrumentales musicales y para las búsquedas sonoras que realizan. La reciprocidad es un concepto circular, va y viene y también se ve reflejado en la circulación entre valle y montaña, en la concepción del tiempo, en las formas internas de los instrumentos y en la respiración. Los Andes dominan imponentes los cielos sobre los que se alzan y las comunidades residen en alturas cercanas a los 4000 m sobre el nivel del mar, donde el aire pareciera escasear para cualquier mortal. Es allí mismo, en ese preciso lugar, donde, increíblemente, los instrumentos musicales principales -elegidos por sus habitantes- son los instrumentos de viento que tocan con enorme virtuosismo y capacidad.