Según Musumeci (2002) el concepto educación de conservatorio refiere a un modelo de educación musical que ha dominado la formación de músicos profesionales en los últimos tres siglos. Este modelo, al cual nos referiremos como modelo conservatorio, se caracteriza por una tendencia dominante hacia el desarrollo de una ejecución técnicamente habilidosa, la restricción del repertorio musical a aquel perteneciente al canon centroeuropeo y el establecimiento de relaciones verticalistas entre docentes y alumnos, entre otras particularidades. Tradicionalmente, las prescripciones del modelo conservatorio se han apoyado en la dicotomía cuerpo-mente, colocando el primero de estos al servicio de la técnica (como mero productor de sonido) y favoreciendo, así, su disciplinamiento y ocultamiento. De esta manera, se han privilegiado los procesos mentales internos, desvinculando al cuerpo de aquellos procesos que nos permiten conocer y sentir la música. En este sentido y bajo estos preceptos, el ideal de músico sería aquel que realizara sólo los movimientos indispensables para la producción del sonido y que comprendiera la música exclusivamente a través de procesos mentales (Holguín Tovar y Shifres, 2015). Con ánimos de aportar evidencia empírica sobre la incidencia de las prescripciones del modelo conservatorio en la experiencia musical, y bajo la hipótesis de que dicho modelo desalienta la corporeidad en la ejecución musical, se presenta un estudio preliminar acerca del uso del movimiento corporal en una práctica musical de cámara.