Cuando tenemos delante de los ojos una hoja de algún vegetal, sólo se nos ocurre imaginarnos ese objeto natural como parte integrante de un complejo mayor, sea éste árbol, arbusto, planta, etc.
Su sola imagen nos mantiene absortos, y no podemos alejarnos de aquello que la experiencia de vida nos ha marcado: se trata de una simple hoja, parte de algún vegetal.
Ni remotamente se nos ocurre pensar que lo que tenemos entre las manos es, ni más ni menos, un laboratorio de química y física, de los más sofisticados que existen, donde se elaboran procesos complicados que dan por resultado el propio alimento del vegetal, como así también, por extensión, provee de alimento a otros seres vivos, ejerce un intercambio permanente de dióxido de carbono y oxígeno –según se trate de día o de noche-, consumiendo tan sólo la luz que proviene del sol.
De esta forma, en todo el planeta, el reino vegetal produce anualmente la considerable suma de 300 mil millones de toneladas de azúcar. Toda una industria silenciosa, anónima y, por sobre todas las cosas, no contaminante. Tomando acá las palabras de la bióloga Yanine Benyus:
“Cuando sales al mundo natural, cuando caminas por la naturaleza, estás en un laboratorio de química en el que no hay que llevar mascarilla, ni gafas protectoras, porque la vida ha descubierto la manera de hacer lo que intentamos hacer nosotros ahora.” Lo mismo ocurre con la arquitectura. Vemos los edificios y sólo se nos ocurre pensar en esas moles de cemento como tales: sólo edificios.
No se nos ocurre descubrir la esencia misma de la vida que se desarrolla en sus espacios internos y externos, el intercambio permanente entre sus ocupantes y el medioambiente, las relaciones existentes entre el clima y el ambiente interior, las condiciones de habitabilidad subordinadas al uso de artefactos, energías no convencionales, protecciones necesarias como consecuencia de diseñar espacios poco protegidos, etc.
Y en todo esto, el olvidado de siempre, el sol, del que sólo nos preocupa protegernos, aislarnos, sin comprender que de él dependen nuestras vidas, nuestro confort.
La biomimesis se presenta entonces como un medio eficaz que nos permite resolver todos estos problemas. La naturaleza ha experimentado por nosotros a lo largo de millones de años, sin declinar, superando obstáculos, reciclando, renovando, reemplazando… sin ninguna resistencia ni imposición alguna, ella, por sí sola, nos ofrece su enseñanza.