La ciudad es escenario construido por el hombre y que define, conflictivamente, la vida colectiva. Las prácticas objetivas que integran la conducta social cotidiana, llevan implícito aquel sistema de creencias, presupuestos y hábitos cristalizados en el transcurso de la vida de un individuo en sociedad. Las creencias suelen ser sustitutos del conocimiento empírico, válidos incluso como paso inicial de un proceso formal de búsqueda de conocimiento: la hipótesis científica como creencia transitoria en un supuesto probable. Las creencias, individuales o colectivas, como productos de la subjetividad, han sido estigmatizadas como intrínsecamente susceptibles de distorsión; en contraste con un mundo compartido intersubjetivo calificado como real.Esto es así tanto más cuanto, en este contexto, se trata de un primer paso general en una búsqueda en espiral hacia un centro puntual en el que se espera hallar una definición operativamente válida, aunque admisiblemente restringida, del imaginario tecnológico como un aspecto parcial de un imaginario social mucho más vasto.Naturalmente, estas condiciones colectivas hallan su expresión a escala individual; y se vinculan con la cotidianeidad, punto de referencia desde el cual es posible disponer de una perspectiva de lo imaginario, adecuada a la tarea que aquí nos ocupa; ayudando a acotar el análisis y previniendo del error de caer en disquisiciones filosóficas que no son pertinentes en este contexto.De este modo queda firmemente establecida la existencia y relevancia, para la dinámica colectiva, de un repertorio de imágenes cuyo origen puede ser rastreado hasta las regularidades apreciables en el imaginario de los individuos que conforman dicha colectividad. El Imaginario Social se integra, en última instancia, con los productos de la imaginación; que es una función intrínseca de la subjetividad individual, aunque modulada por el grupo humano en el que se desarrolla.