Separado de Guatemala en 1821, aislado del resto de México, el Estado de Chiapas vivía inmerso en una economía tradicional sostenida por relaciones tributarias y patriarcales sobre las comunidades indígenas. En el último tercio del siglo XIX vemos delineadas tres zonas económicas: el minifundio campesino indígena, el latifundio “colonial” ladino y la plantación capitalista con inversión extranjera, formas que son el producto inacabado de diferentes acumulaciones históricas. Pero será el tercer elemento quien logre conjugar los otros dos en un ciclo largo de expansión y explotación ligado al tráfico transoceánico: el ciclo del café.
Empresarios y plantadores -alemanes en su gran mayoría- se instalan en el distrito costero del Soconusco y pronto monopolizan la actividad cafetalera, reducen costos superando las dificultades de transporte (puertos, compañías navieras, compromiso porfirista para construir el ferrocarril Panamericano) y reordenan la entidad con el traslado de la capital a la moderna Tuxtla Gutiérrez. Pero lo fundamental es el sistema de enganchamiento de mano de obra estacional indígena de los Altos.