En el seno de la ciudad, en su existencia histórica pero también ficcional, el duelo es un acontecimiento que signa el ritmo del tiempo humano. Las emociones que emergen en torno a las pérdidas que genera la guerra se condensan en la intensidad del páthos. Ese desborde de los sentimientos, no obstante, encuentra un límite en las reglamentaciones que las leyes imponen para mantener el orden cívico. El exceso, asociado a lo femenino y su afectividad debe ser relegado a la privacidad del oîkos para no transgredir el funcionamiento de las instituciones públicas.
El epitafio que cuenta el triunfo debe olvidar los males para poder dar curso a la construcción de una identidad colectiva, aunque en la intermitencia de lo que no se quiere recordar inevitablemente sobreviene la pregunta por la huella que permanece. De modo que es necesario leer en el epitafio aquellos ideales hegemónicos que buscan su lugar, su escritura, en la promesa del futuro.En esa afirmación de la politeia se produce un juego doble que limita y modela lo que en la polis circula como norma: un ocultamiento de los excesos anímicos que provoca la desgracia de la guerra; y una mostración estilizada que soslaya el duelo cívico para convertirlo en una retórica de la gloria.