De acuerdo con la Real Academia Española (RAE, 2019), la palabra ‘cuento’ proviene del latín compŭtus que significa cuenta; es un sustantivo masculino, que hace referencia, en su primera acepción, a la «narración breve de ficción». Por otro lado, la palabra ‘ficción’, que también proviene del latín, fictio, -ōnis, es un sustantivo femenino, que, en su tercera acepción, se refiere a «la clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios».
El cuento comienza con una visión. Es una idea en forma de escena. Algo sucede, pero nada más. Luego se desvanece, y hay que recordarlo. Si es así, resulta necesario describir la visión. Pero esto sólo es el comienzo, ya que todavía no aparece el fin. Después, hay que descubrir qué sucede a partir del principio, pero, por lo general, eso no corresponde al autor, porque el cuento se expresa a sí mismo. En otras palabras, el cuento se desarrolla ciegamente, sin saber hacia dónde va. Y así, sin más, el cuento empieza su autodesarrollo y sigue su propia dirección. Sólo hay que elegir los personajes, la época, el lugar y el para qué, es decir, el sentido del cuento. Y esto último, quizás, es lo más importante ya que implica una responsabilidad frente al lector.
La Filosofía nos permite plantear mejores preguntas y conocer cada vez más y mejor; la Ciencia expande los límites de nuestro conocimiento, y amplía nuestro saber; la Religión orienta nuestras creencias; y el Arte brinda una visión subjetiva de la realidad. El cuento, en cambio, nos transporta a un mundo donde todo puede acontecer; y la Filosofía, la Ciencia, la Religión y el Arte conviven fraternalmente. Mediante el cuento, cruzamos el umbral donde los límites de lo posible superan lo imposible; y éste no es otra cosa que el de la imaginación.