El contacto con la música plantea un problema: no se ve, no se huele, no se toca, no se saborea. La música es, entonces, desde su constitución intrínseca, un fenómeno altamente abstracto que presupone la construcción permanente de una suerte de presente continuo dado que no es perceptible en términos estáticos. Sus totalidades se diluyen a medida que la olvidamos dando lugar a un tipo particular de imagen. Ante esta volatilidad, uno de los conflictos que presupone su enseñanza se aloja en el centro de los debates contemporáneos de la Pedagogía y las Ciencias de la Educación: ¿es posible construir conceptos, imágenes e ideas sin que medie una situación que involucre al sujeto de manera emotiva y física? Este ensayo pretende poner en debate algunas de las categorías señaladas en torno a la diferenciación entre experiencia e información y, en segundo plano, propone una relectura de la noción de imagen ficcional poética, cuya carnadura pueda sostenerse en términos de la dialéctica entre sonidos y silencios que acaece en un contexto de vaciamiento de sus coordenadas históricas. En cierto modo la música es muda. Es una sombra que se proyecta a la conciencia pero suele ocultar el cuerpo físico que la crea. Ese cuerpo deviene de su unidad material tanto como de su cohesión social.