Nos proponemos, en esta comunicación, desandar el proceso de renovación de los Trabajos Prácticos en la cátedra de Historia Americana I (UNLP) para reflexionar sobre la enseñanza y el aprendizaje de la historia.
Desde nuestras trayectorias formativas en la UNLP, incorporamos cierta distinción entre clases teóricas y los llamados “prácticos”. Las primeras se configuraban como espacios de exposición y despliegue de contenidos, mientras que los prácticos eran instancias donde los estudiantes debíamos dar cuenta de la lectura de textos que eran comentados y contextualizados por el profesor. Sintéticamente, los prácticos estaban constituidos por un cronograma de lecturas con las correspondientes fechas de evaluación. En los hechos, se efectuaba un desplazamiento que valorizaba -en las representaciones colectivas- el momento del “parcial” por sobre las clases semanales.
Así, mientras que en las clases teóricas los estudiantes eran convocados como oyentes – suerte de escribas silenciosos- en las clases prácticas eran considerados lectores formados. Pero, ¿esta distinción, que disocia competencias, habilita un mejor aprendizaje? ¿Qué estudiante esperamos en nuestras clases? ¿Qué entendemos por “un buen lector”? ¿Alcanza esto para decir que alguien aprendió historia? ¿Qué consecuencias tiene para la práctica docente de los estudiantes que se están formando? Partimos de estas y otras cuestiones para interpelar nuestras representaciones y ensayar otras posibles confirmando que el aprendizaje es con otros, para lo cual es necesario habilitar la interacción y la expresión genuina de los sujetos que aprenden (incluyéndonos a noso-tras).