Después de la primera guerra mundial, América Latina asistió a un fenómeno de movilización masiva de población rural hacia áreas urbanas. Este enorme desplazamiento de personas, cobró particular impulso como consecuencia de la crisis de 1929 que afectó directamente a las economías de exportación agrícola. Las clases propietarias transfirieron la caída de sus ingresos a los/as trabajadores/as y aunque éstos/as desplegaran estrategias de resistencia, huelgas y otras formas de lucha, no lograron imponerse a nivel global frente a la avanzada de gobiernos represivos. En ese contexto, según se ha destacado, la decisión de migrar apareció para muchos/as como “una opción más viable que alzar la voz”.
Entre quienes migraron en este período fueron las mujeres quienes constituyeron la mayor proporción, hecho que el Censo reveló con claridad también para el caso de la Ciudad de Buenos Aires, donde se registró que éstas conformaron el 56,7% del componente migratorio.
Haremos foco, en concreto, sobre las trayectorias de las mujeres que andaban “solas”, esto es, aquellas tipificadas sin el acompañante masculino en calidad de marido o pretendiente formalmente establecido, sobre la hipótesis de que fueron representadas de modo “aleccionador”, para ser reubicadas en los lugares socialmente aceptables en función del género y su procedencia social.