Leer es adentrarse en otros mundos posibles. Es indagar en la realidad para comprenderla mejor, es distanciarse del texto y asumir una postura crítica frente a lo que se dice y lo que se quiere decir, es sacar carta de ciudadanía en el mundo de la cultura escrita. Leer es -como ha señalado Frank Smith (1983) al conceptualizar el acto de lectura- emprender una aventura, es atreverse a anticipar el significado de lo que sigue en el texto aun corriendo el riesgo de equivocarse. Leer es también seleccionar en el texto aquellos indicios que permiten verificar o rechazar las propias anticipaciones. Investigaciones realizadas desde diferentes ramas del saber han contribuido a producir una profunda transformación en nuestra concepción de la lectura. Por una parte, numerosos estudios psicolingüísticos consideran la lectura como un proceso de transacción entre el lector y el autor. Por otra parte, diversos estudios históricos, antropológicos y sociológicos han permitido superar la mirada homogénea y técnica sobre la lectura al considerarla una práctica histórica y social. Estos estudios “permiten circunscribir algunas constantes y variaciones que aparecen en las prácticas en diferentes sociedades o épocas y nos aportan así un conjunto de saberes a partir de los cuales podemos interrogar las prácticas actuales para entenderlas y definirlas mejor.” (Lerner, 2001: 92).