Después de la batalla de Caseros, Justo J. de Urquiza asumió el poder del Estado y su primer deseo fue concretar la redacción de la Constitución Nacional. Bajo el signo de la oposición porteña, viajó a Santa Fe en septiembre de 1852 y presidió el Congreso Constituyente, pero tres días después de su partida, una parte del ejército urquicista se sublevó y se unió a la dirigencia porteña disidente. A partir de entonces, Buenos Aires se declaró independiente de las demás provincias argentinas. A pesar de la situación crítica, la Constitución fue sancionada y nombraba a Buenos Aires como capital de la nación, pero dada la disidencia porteña, la Confederación Argentina designó a Paraná como cabeza del país y al general Urquiza como presidente del mismo. Los miembros del nuevo gobierno estaban de acuerdo con que había que modernizar al país y dar a la población garantías cívicas que favorecieran el progreso (Botana 50). Al mismo tiempo, era necesario encauzar a la Confederación en los carriles de la Constitución, una tarea nada sencilla porque la arbitrariedad y la violación de derechos conformaba una situación generalizada.