Aquella que, cómplice de nuestros actos, la mano, es también nuestra servidora: está destinada en nuestro cuerpo a recibir sus órdenes y obedecerlas fielmente. No habría arte sin esta obediencia absoluta. Las relaciones del artista y de la mano son relaciones de amo a esclavo. Del seno de Altamira al carnet de un pintor de nuestro tiempo, es decir desde las primeras manifestaciones plásticas hasta nuestros días, el arte del dibujo moviliza iguales potencias, responde a la misma voluntad, suscita la misma atención. La materia elegida en que se apoya la expresión, importa poco. Paredes de caverna, tablillas de palmera, papel según la fórmula de Ingres, sílex o punta de plata, tinta de China o mina de plomo, esta variedad material depende de las circunstancias y de la elección. Lo que es permanente, esencial en la creación, es la fuerza interior que impulsa el acto, la atención que lo guía, el trazo que como la escritura, traduce el lenguaje y la personalidad: es la docilidad de la mano.