Probablemente uno de los primeros esnobs del que tengamos noticias sea Petronio, considerado en la corte de Nerón como elegantiae arbiter o arbiter elegantiarum, es decir, autoridad en materia de costumbres y de etiqueta, al que Tácito describe en sus Anales como un ser “voluptuoso, lleno de refinamiento e imprudencia” (XVI, 18). Más allá del ejemplo ilustre, el esnob parece haber existido desde siempre : atraviesa los siglos adoptando distintas máscaras (burgués gentilhombre, preciosas ridículas durante el siglo XVII ; Incroyables y Merveilleuses durante el Directorio ; fashionables durante la Restauración) y una multitud de figuras polivalentes (el dandi, el escritor mundano o bien intelectual, el esnob de provincias, el anti-esnob o esnobista invertido…) pero es recién a mediados del siglo XIX cuando recibe verdaderamente sus títulos de nobleza, cuando el novelista inglés William Makepiece Thackeray publica en 1848 su Historia de los esnobs de Inglaterra, escrita por uno de ellos, cuyo título definitivo sería El libro de los esnobs. Figuras como Oscar Wilde, Virginia Woolf – que a mediados de los años treinta lee a sus amigos de Bloomsbury un texto llamado “¿Soy una esnob ?” en el que por supuesto termina respondiendo de manera afirmativa – o Marcel Proust en Francia se convierten rápidamente en referentes ineluctables pero también en maestros de muchos escritores esnobs.