La tradicional ansiedad existencial por la fragilidad humana ante las formas más espantosas de la muerte se ha transformado, dentro de la cultura postmoderna del espectáculo, en fuente de fantasías que erotizan el desastre, explotadas por los medios de comunicación y las industrias del entretenimiento. Las patologías de la razón desplegadas en la constante conflictividad bélica, la degradación del medioambiente y las tecnologías del exterminio estimulan un núcleo de miedo quehace temblar la fe en el progreso científico y la democracia, con Estados siempre carcomidos por tentaciones autoritarias y el totalitarismo capitalista. Todos estos fermentos nutren una sensibilidad cultural seducida por la calamidad y una imaginación orientada hacia la crisis, motores generadores de ficciones que estimulan la fascinación por la hecatombe. El resultado es que las catástrofes son hoy objetos de la cultura de masas.