La mujer porteña padecía, como casi todas aquellas que vivían en sociedades signadas por regimenes demográficos propios del Antiguo Régimen, fundamentalmente dos miedos: la esterilidad y el parir un hijo muerto. Ambos nacían del temor a no asumir la función reproductora, a romper el ciclo natural, a no asegurar la continuidad de la familia. La preocupación por la vida de la mujer grávida y la de los fetos - claramente desde el siglo XVIII - hizo que los médicos se interesasen por conocer sus patologías, debatiendo sobre múltiples aspectos, que iban desde aconsejarle a las embarazadas un régimen de vida adecuado para ella y para el feto a estudios que pretendían determinar con certeza la duración del embarazo. El parto era uno de los momentos más temidos en la vida de la mujer dados los riesgos que entrañaba, así el auxilio de una matrona, una partera o un médico se mostraban como esenciales para evitar problemas. Sin embargo la ausencia o la deficiente preparación de estos asistentes en el parto podían provocar problemas fatales. Nosotros analizaremos un caso sumamente esclarecedor de estas problemáticas: el primer juicio de mala praxis llevado adelante en Buenos Aires a una profesional de la salud, la partera francesa Verónica Pascal.