La hipérbole de los héroes policiales seguía estrictamente esos dos señalamientos. Servía para exhibir al gobierno la dignidad de un oficio que no era reconocido en términos presupuestarios y también para mostrar a la sociedad los sacrificios del trabajo policial. Sin embargo, a partir de la reforma que comenzó con la jefatura de Enrique O’Gorman (1867-1874), esta figura comenzó a ser utilizada en una tercera dirección. Me refiero al culto del héroe como una de las estrategias para construir la “cultura policial”, es decir, construir un modo de ser policía y una mirada particular sobre el mundo social. Analizar los prototipos de heroicidad venerados permite comprender la formación de ciertos modelos que se difundían como horizontes, más o menos inalcanzables, del policía ideal.