Irreverencias, chistes, flatulencias, eructos, las llamadas malas palabras, guarangadas parecen presentarse tan cotidianamente en las aulas como ausentes en los debates y desarrollos críticos sobre las prácticas docentes. Hay todo un mundo allí de gestos, intervenciones y escritos que conocemos poco o, en todo caso, los hemos pensado como problemas menores. Como docentes, posiblemente, recordemos alguna anécdota con mucho humor, donde un alumno se burla de un conocimiento enseñado, de una categoría usada, de una manera de hablarles. Hay en estas acciones, para decirlo en los términos del teatro de Bertolt Brecht, un efecto de distanciamiento: la irrupción de un discurso que rompe la mímesis impuesta. Una manera de opinar sobre lo literario que introduce sentidos que se pueden presentar como absurdos, extraños, bizarros desde nuestros marcos canónicos de enseñanza literaria: ¿Por qué comparar la narrativa de Silvina Ocampo con las series de Cris Morena o por qué relacionar a Roberto Arlt con Marcelo Polino? En el presente artículo, buscamos explicar a través de ese recurrente reír de los alumnos, una manera específica de conocimiento que merece el detenimiento de su estudio para pensar la enseñanza de lengua y literatura. De tal modo, se busca empezar a estudiar esta serie de acciones que hemos caracterizado por su función paródica a los saberes docentes-no, necesariamente, a los docentes-y proponer un primer acercamiento crítico al tema.