En junio de 2000, un grupo de estudiantes de economía franceses difundieron un petitorio en el cual cuestionaban la forma y los contenidos de lo que se les enseñaba en la universidad. Su crítica apuntaba a que sólo les enseñaban un enfoque económico, el neoclásico (o teorías derivadas del mismo), al cual presentaban como “la verdad económica”. Además, destacaban que cuestiones empíricas como los hechos históricos, el funcionamiento de las instituciones o la cultura (entre otros) eran escasamente considerados, de manera que lo que les enseñaban no les servía para comprender y actuar sobre la realidad que estaban viviendo: “Queremos escapar de mundos imaginarios” expresaban. Este cuestionamiento fue posteriormente apoyado en Francia por numerosos docentes (Aglieta, Orléan, Boyer, entre otros) y criticado por otros. Estos últimos, docentes defensores del status quo, reaccionaron contra las peticiones de docentes y alumnos y llamaron a “preservar la cientificidad de la economía” siguiendo el método hipotético-deductivo, investido como “el método científico”. Para ello habría que seguir ciertos pasos. Primero, definir los conceptos y conductas que caracterizan la actividad económica y formular hipótesis respecto de tales conductas; segundo, formular teorías, como relaciones entre los conceptos previamente definidos y, tercero, -verificar tales teorías a través de la experiencia. Pero, tal como señala Lawson (2003), para la corriente económica dominante, teoría significa modelo, y modelo significa ideas expresadas en forma matemática. Además, el testeo de los datos utilizados debe realizarse utilizando las más avanzadas técnicas econométricas. Para los defensores de la ortodoxia económica esta es la única forma de hacer economía, y el seguimiento de estas simples reglas es lo que convierte a la economía en una ciencia (Lazear, 2000).