El análisis de la construcción de la memoria sobre procesos históricos que involucraron genocidios está asediado por dificultades. A la voluntad sistemática de destrucción de evidencias, promovida por los responsables de aquellos crímenes, se le suma la incomodidad de historiadores reticentes a bucear en los segmentos de un pasado demasiado reciente, al que consideran poco propicio para auscultarlo con ecuanimidad y desapasionamiento. Otros analistas, disconformes con esta demarcación insolvente del pasado, aceptaron el desafío sobreponiéndose a obstáculos tenaces. Algunos provenían de la dolorosa experiencia de los sobrevivientes del Horror, cuyos recuerdos, como ha señalado Primo Levi, a menudo eran borrosos, incompletos y frágiles. Otros inconvenientes emanaban de cierto tono de evocación épica y triunfalista, construida, y mantenida en óleo sagrado, por los movimientos de la resistencia que enfrentaron y contribuyeron a derribar a los regímenes nazifascistas. En el plano de las dificultades más deplorables, la investigación histórica debió sortear el legado de desinformación y la destrucción de pruebas propiciadas por los perpetradores del genocidio. Las pesquisas que iluminaron la naturaleza, los procedimientos y responsables del Holocausto debieron desmontar, además, la trama de imposturas difundida por criminales impunes y repetidas por epígonos a sueldo. Sin embargo, otras dimensiones de la historia del nacionalsocialismo y del Holocausto han quedado aún prisioneras de la desinformación, de ocultamientos deliberados o del apañamiento de ciertos ejecutores del Genocidio.