Las encuestas, en tanto herramientas que posibilitan la recolección de datos cuantitativos a partir de una muestra de población, con el ulterior fin de generar evidencia empírica sobre ciertos tópicos, permiten la acumulación de un conjunto de insumos. Éstos, bien procesados e interpretados a la luz de hipótesis y teorías, y eventualmente adicionados a otra masa informativa, dan lugar a diagnósticos y nuevas hipótesis -coronadas con algunos pronósticos- que elaboran los investigadores que hacen uso de aquella herramienta. Este proceso se ha visto simplificado, muchas veces, bajo la idea de que son los sondeos -y no sus realizadores- los que obtienen resultados y logran predicciones. Esta reducción conlleva la idea de que la técnica se independiza de quien la emplea, siendo ella la que acierta o falla en el pronóstico, generando elogios y críticas por lo general desmedidos, que no alcanzan -o, al menos, no lo suficiente- a investigadores y analistas, sus verdaderos ideólogos y hacedores. Este artículo analiza hasta qué punto el insumo proveniente de encuestas ha permitido generar pronósticos acertados.