La ‘guerra ideológica’ que llevaba a cabo la dictadura a través de la censura y del uso de los medios de comunicación apuntaba al mismo objetivo que la represión que se había instaurado: eliminar lo que los militares y sus aliados civiles denominaban ‘la subversión’.
La dictadura cívico-militar que se apropió del poder en 1976 se propuso llevar a cabo profundas reformas económicas, políticas, sociales y culturales, y para ello precisaba eliminar la creciente protesta social y cualquier otra resistencia que obstaculizase la implementación de estos cambios. La difusión de la figura del ‘subversivo’ se constituyó entonces en una herramienta fundamental para que el autoproclamado ‘Proceso de Reorganización Nacional’ pudiese contar con el apoyo –o por lo menos con la aceptación pasiva– una parte de la población. En efecto, el exterminio de personas perpetrado por el Estado en este período fue posible, entre otros elementos, gracias a la hegemonía que logró esta figura del ‘subversivo’, que identificaba con este término a todo individuo, idea o accionar que pusiese en peligro la salud del ‘cuerpo social’. Sobre la base de este discurso organicista, la única forma de curar al cuerpo social enfermo era el exterminio físico del mal que aquejaba a la Nación.