La inclusión de la lógica como asignatura, tanto en los planes de estudio de nivel medio o como en los cursos introductorios en la universidad, parte de la presunción de que ayuda a los alumnos a razonar mejor a la hora de elaborar o analizar textos científicos o de cualquier otra disciplina, o incluso los discursos de la vida cotidiana. Sin embargo, en la práctica, estos objetivos sufren un desajuste, debido a que los programas de lógica de corte tradicional se han centrado en el eje razonamiento deductivo-no deductivo (e incluso el estudio de las falacias se inserta en función de este eje), para desembocar en el desarrollo casi exclusivo de contenidos de lógica formal, como si ello solo bastara para dar cuenta de la riqueza y variedad de la argumentación en el lenguaje natural. En un principio intentamos abordar estas dificultades modificando algunas estrategias didácticas que permitieran un mayor acercamiento entre Lógica Formal y argumentación real.
Sin embargo, no dejaba de ser una conexión artificial, por lo que fuimos modificando paulatinamente el enfoque hasta desembocar en la Teoría de la Argumentación. La cual, como sabemos, adquiere un notable desarrollo en los años ‘50 a partir de un fuerte cuestionamiento a las pretensiones canónicas de la lógica formal deductiva en el análisis y evaluación de los argumentos.
Desde esta nueva perspectiva, elaboramos una propuesta que básicamente abarca tres aspectos: (1) sustituir el concepto de razonamiento por el más amplio de argumento, (2) ampliar los requisitos o criterios con los que debe cumplir un buen argumento y (3) conectar esos criterios con el estudio de las falacias.