La inundación que enfrentó el Gran La Plata en abril de 2013, generó profundos y severos impactos. Las aguas se extendieron hacia sus propias planicies de inundación y ocuparon los antiguos cauces, produciendo anegamientos en amplias zonas, tanto en el casco como la periferia de la ciudad. A la pérdida de vidas humanas se sumaron las materiales, en tanto que la ciudad se convirtió en zona de riesgo.
De riesgo hídrico, por lluvia.
Sin embargo, a finales del siglo XIX, los arroyos que surcaban la planicie sobre la cual se asentaría el rigor geométrico de la futura capital provincial, eran escurrimientos libres a cielo abierto. Pero ninguna naturaleza sería capaz de modificar ni detener la ambición humana. Teñido por una falsa sensación de seguridad que en realidad implicaba invisibilizar el riesgo, el ocultamiento de los cauces naturales produjo su demoledora devolución, ciento treinta años después. “El agua tiene memoria” fue entonces la sentencia que comenzó a circular, día tras días, por la ciudad de los arroyos entubados.
A una década de la tragedia, el recuerdo del agua turbia y la muerte se encontró atravesado por una de las mayores sequías de la historia. Inundación y sequía, fenómenos extremos unificados bajo una misma protagonista: el agua. Es que la evolución de los procesos ambientales a la luz del cambio climático (OMM 2021) conduce hoy inevitablemente, a situaciones de riesgo cada vez más frecuentes.
Aun así, casi a la espera de una nueva tragedia, los recursos naturales permanecen invisibles en el medio urbano.
La imagen fotográfica aparece entonces como manifiesto de lo intangible. Su capacidad para reproducir tanto sincrónica como asincrónicamente los eventos, le confiere un carácter documental que posibilita comunicar tanto lo visivo como lo vivido (Yi- Fu Tuan; 2007). El sólo hecho del registro transforma en acontecimiento los sucesos y, tal como expresa Sontag (1973) una fotografía no es el mero resultado del encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo: hacer imágenes, constituye un acontecimiento en sí mismo.
Se considera entonces a la fotografía como una herramienta eficaz a la hora de generar conciencia sobre los conflictos ambientales, por su potencialidad para testimoniar y sensibilizar sobre lo registrado. La estrategia metodológica se basa en el estudio de caso, con fuerte orientación interpretativa.
Por tratarse de un litoral costero de río, se abordan eventos que involucran al agua dulce como recurso natural estratégico, orientado hacia la construcción de una ciudad resiliente y segura.