En la Argentina y en Uruguay, aún más, tener una identidad de clase media estaba estrechamente vinculado con el consumo cultural y el acceso a cierto bienestar: el sueño, hace 40 años posible, de la casa propia, el auto, cierta modernidad tecnológica, una familia reducida, vivir cerca de los centros urbanos y proyectarse hacia el futuro fundaban básicamente esa identidad. Esta forma de movilidad social y de aspiración para las viejas clases medias encarnaba los valores de la modernidad. Pero como hemos analizado en sucesivos trabajos, esa forma de modernidad ha cambiado y se manifiesta a través de nuevas aspiraciones. En ese sentido Martin Hopenhayn (2001) señalaba que el relato de la modernidad occidental que encarnaron las clases medias en el Cono Sur, fundamentalmente, asume otras características en el contexto de la globalización. Ahora la integración es cultural, sígnica y simbólica, más allá de que las diferentes clases sociales accedan desigualmente a los consumos y se reproduzcan procesos de desigualdad social. En un contexto de debilitamiento socio político de las clases medias, nos preguntamos cómo se resignifican los consumos típicos de las clases medias hasta mediados de los años setenta como fueron el cine y los libros, del mismo modo que Jameson habla de la lógica cultural del capitalismo tardío como un nuevo tono emocional base, la relación de las clases sociales con la cultura letrada y con el leer en una cultura como la actual, audiovisual, donde lo letrado pasa a tener otro significado, pero no la funda.