En la década de los 90, Argentina se constituye en un espacio propicio para el desarrollo del proceso de globalización de la mano de la aplicación de políticas neoliberales y de la libertad de mercado. En este escenario caracterizado por un nuevo marco regulatorio, por cambios en los hábitos y pautas de consumo, y por nuevas tecnologías informáticas, irrumpen en nuestro territorio modernos formatos comerciales, tales como los super e hipermercados dedicados a la distribución minorista de alimentos y bebidas; son centros comerciales que concentran en un punto en el espacio numerosas actividades vinculadas al consumo y complejos de entretenimiento. Estas corporaciones, como la máxima expresión del comercio moderno, imponen nuevas pautas de producción y consumo. Determinan quien, donde y como se produce; fijan calidades, costos y modalidades de promoción; definen prácticas laborales peculiares en sus establecimientos, e impactan en los patrones culturales de consumo. (Hernández Castro, 2011). Según algunos especialistas, la difusión del “fenómeno supermercadista”, no solo impacta en el espacio dualizándolo, fracturando el tejido social mediante la difusión de nuevos hábitos de consumo, sino también fragmentando los mercados de trabajo, al crear nuevas formas de empleo, al destruir una parte del tejido laboral y comercial preexistente, y al elevar los niveles de desempleo y marginalización. (Ciccolella, 1999)