La elusiva noción de globalización, la cual abarca temporalmente -a grosso modo- las postrimerías del siglo XX e inicios del XXI, es asociada a profundas transformaciones en las sociedades, cuyo corolario sería la homogeneización de las mismas. Es decir, pareciera que no hay cultura que escape a estas transformaciones. Éstas trajeron aparejadas nuevos movimientos migratorios forzados – por ejemplo los exilios económicos-. De allí que proliferen, material y discursivamente, preocupaciones teóricas, políticas y sociales respecto de las migraciones ya sean inter o intra nacionales. A la vez esto trae dos cuestiones indisociables: las fronteras y las identidades. Estas también aparecen como globalizadamente transformadas, toda vez que las fronteras de los estados nacionales se tornan laxas hasta la disolución para los grandes capitales concentrados a la vez que se vuelven rígidas –y esto se literaliza en forma de muros- para quienes, víctimas de los movimientos y reconversiones de capitales, se ven expulsados/excluidos de sus trabajos, sus antiguas formas de subsistencia y/o de sus lugares de origen. De ahí que la globalización conlleve una reconfiguración de identidades, dado que quienes arriben a “nuevos mundos” ya no van a vivir, trabajar, relacionarse, vestirse y hablar de la manera en que lo hacían antes.