A comienzos del siglo XX el Uruguay experimenta un auge económico y un aumento sustancial del tamaño del Estado, acompañado por un aumento de la población de Montevideo, lo cual provoca la extensión y densificación del tejido urbano. El proyecto de gobierno batllista prioriza la sociedad urbana, consolidando a Montevideo como centro político – administrativo, económico y de servicio del país.
José Batlle y Ordoñez, presidente del Uruguay (períodos 1903-1907 y 1911-1915) desarrolla un proyecto de reforma con una impronta positivista, caracterizado por un fuerte énfasis en la construcción del Estado Moderno. Esto implicaba una apertura al mundo capitalista, profunda fe en el progreso y creencia en el dominio de la naturaleza a través de la ciencia y de la técnica.
En este marco, el fomento y construcción de algunos de los espacios públicos de Montevideo se constituye como uno de los dispositivos que concretan dicho discurso.
Como ejemplo de esto la Rambla de Montevideo tendría entre sus cometidos: preservar el derecho de todos los ciudadanos al libre disfrute de las playas, radicando aquí su valor como espacio institucional de participación democrática. De esta forma la rambla, junto a otros espacios verdes, se convierten “en ámbitos colectivos formadores de ciudadanía” (Torres Corral; 2007:100)
La organización del tiempo social en tiempo de trabajo y tiempo libre genera la necesidad de distinguir el espacio público del privado.